martes, 28 de septiembre de 2010


¿Coincidencias o desgracias?

Abrí mis ojos, ya era de día, ¡Dios mío, ya era de día!, me levanté de la cama apresurada esperando encontrarme en mi cuarto con las tan comunes cortinas de satín, y la mesa de noche a mi lado con un despertador dispuesto a ser destrozado al más mínimo sonido. Pero no era así. Por unos segundos quedé aturdida, de repente recordé que me hallaba de vacaciones; Dios, que tonta era, definitivamente ya era hora de salir de la rutina, incluso en ese momento me preocupaba por el trabajo.

Alex se movió a mi lado, al parecer lo había despertado, y no sólo eso, ¡se estaba burlando de mí!

-¿De nuevo tratando de salir corriendo por la ventana? Si lo que querías era sólo pasar un buen rato, al menos deja una propina para poder pagar la habitación.

Sus dientes resplandecían con los pocos rayos de luz que se podían colar por la ventana, y sus labios formaban una sonrisa burlona en medio de aquel rostro perfecto.

-Lo siento, es que he olvidado mi billetera en el bar y pensé que debía salir sin que lo notaras-le seguí el juego-pero como ya lo sabes, creo que no me vendría mal desayunar antes de partir.

Eran esas pequeñas bromas una de las cosas que más adoraba de él, sin mencionar que era el único que había podido captar mis comentarios sarcásticos a la primera.

Nos besamos por un buen tiempo hasta que su celular sonó. Al principio lo dejó, pero como no paraba decidió contestar.

-¿Hola?

Hubo un silencio incómodo y su cara cambió de inmediato.
-Sí, comprendo…no se preocupe, yo me encargo.

Ahora se paraba de la cama y se iba al baño. ¿Qué estaba sucediendo?, de nuevo evitaba mirarme mientras caminaba. Cerró la puerta y pude escuchar su voz decir que no le era posible hacer algo, antes de que abriera la llave de la ducha, pero, ¿qué?.

Decidí vestirme y salir a tomar un poco de aire fresco antes de que Alex lo notara, no podía ser que estuviera sucediendo de nuevo. Me puse la blusa roja junto con la falda negra que había utilizado la noche anterior y tomé la chaqueta que estaba colgada en el perchero antes de salir.

No andaba para nada en este mundo, parecía un alma en aquel momento, un alma que nadie notaba; bueno, al menos no antes de que tropezara con un muchacho de unos veinte años vestido para nada acorde al lugar en medio del vestíbulo. Bajé las escaleras antes de que aquel joven pudiera si quiera saber quién lo había golpeado, y pude colarme por la puerta principal justo en el momento en el que la brisa golpeaba mi cara y despeinaba mi cabello, al mismo tiempo que traía hacía mí un dulce aroma que no pude identificar. Respiré profundo para poder grabar aquella esencia en mi memoria pero desapareció casi al instante, la brisa ya no golpeaba mi cara.

De nuevo con los pies en la tierra miré a mi alrededor, había una panadería cerca, pero era mejor estar más lejos que tan sólo unos metros del hotel, por lo comencé a caminar.

La verdad, nunca me ha importado perderme, generalmente encuentro el camino de vuelta a casa o dónde sea que esté pasando la noche, así que cambiaba de dirección cada vez que me apetecía, dos bloques a la izquierda, tres hacia adelante, otros dos a la izquierda, me devolvía uno, y otro hacia la derecha y así sucesivamente, cada vez más lejos del hotel, hasta que mi cuerpo no dio más y decidí sentarme en algún lugar.

Justo diagonal a mí había un pequeño café, no se veía bastante bien pero me brindaba un lugar dónde poder descansar, por lo que decidí entrar. Un camarero se me acerco y me comenzó a hablar. ¡Diablos, lo había olvidado, no sabía absolutamente nada de italiano!

-Lo siento, n-o h-a-b-l-o i-t-a-l-i-a-n-o.

-Oh- su cara quedó inexpresiva, se notaba que no hallaba qué hacer en aquel momento, así que sólo me dejó la carta en la mesa.

Una sonrisa se asomó a mi rostro, era divertido estar completamente aislada de todos, pero casi de inmediato volvió a mí la escena ocurrida en el hotel, haciendo que el sudor empezara a emanar de mi frente.

Me levanté del asiento, no tenía caso, no entendía nada de lo que decía la carta, así que compré un cigarrillo y me marché del establecimiento después de prenderlo.

Pude escuchar las campanas de la iglesia del lado, campanas que me remontaban a tiempos de antaño donde mi madre me llevaba de pequeña a alguna celebración, campanas que en aquella situación me recordaron que ya había estado fuera demasiado tiempo. ¡Genial!, ahora tendría que inventarme alguna historia para explicar mi ausencia.
Aunque sabía que necesitaba volver rápido de nuevo al hotel, prefería caminar lento. Primero porque Alex odiaba que fumara, y ahora el hedor no se marcharía por arte de magia, segundo, ya había caminado a prisa y dejado que el enfado pasara, y tercero, así al menos podría descubrir el camino de vuelta.

El cigarro se desvanecía, pero mi mente trabajaba aún más deprisa. Ya hacía dos años que había pasado lo mismo: recibía llamadas inesperadas a las que siempre respondía con un secretismos infernal y evitaba mi mirada al hablar, sin mencionar que mantenía siempre su celular fuera de mi alcance. Sí, lo sé, son estupideces la verdad, estupideces que al principio sólo parecían eso y las tomé como tal, pero no lo estaría diciendo ahora mismo si no fuera por una verdadera razón.

Durante una noche de otoño en la que había recibido varias llamadas, creyéndome dormida tal vez, contestó una de esas. No dijo nada en particular o sospechoso, por lo que olvidé el asunto y me quedé dormida demasiado pronto (strike uno), la verdad ya estaba acostumbrada (strike dos), al fin y al cabo nada podía suceder (strike tres, y fuera). Al amanecer, junto a mí, no encontré nada o nadie, a excepción de una pequeña nota con su letra: “No te preocupes, llegaré pronto”. Al parecer su pronto tenía un significado nada parecido al mío. La verdad pasaron días, semanas, tras de aquello meses, y justo antes de que mis esperanzas desaparecieran volvió.

Ya estaba frente al hotel, demasiado pronto para mi gusto, pero ya no tenía caso dar media vuelta y tener que regresar de nuevo. Aún permanecía el aroma dulzón de hacía un tiempo, pero la atmósfera era distinta: ya no se respiraba la tranquilidad de cuando salí, incluso, se podía escuchar entre sollozos los gritos de una mujer desesperada, y alguien del personal dando órdenes que no pude apreciar.

Justo cuando entré al vestíbulo se cerraron las puertas y quedé dentro, atrapada como los demás. La verdad no entendía para nada la escena y aunque muchos trataron de explicármela, no captaba ni pizca de lo que decían. Por más que lo intentara sólo lograba presenciar terror y confusión, nada común para mi ambiente, pero cuando estaba a punto de perder los estribos Alex aparece bajando las escaleras. Su reacción fue inmediata, se abalanzó sobre mí y me abrazó.

Creo que pudo ver la confusión en mis ojos y los mil interrogantes que estaba a punto de lanzarle como bombas, porque me respondió de inmediato sin haber pronunciado una palabra.

-Hay un asesino en el hotel.

Catalina Rodríguez